La cabra y el lobo cuento
Hace mucho tiempo, caían en Torralba grandes nevadas. Todo
estaba cubierto de nieve y no se veía hierba por ninguna parte. Las cabras se
quedaban de noche en los corrales del monte porque en los campos no había nada
que comer.
Al amanecer, el pastor de las cabras subía al monte, abría los
corrales y las cabras se desparramaban en busca de comida. Como todo estaba
nevado excepto las peñas más altas, allá se iban a ramonear las pocas hierbas
que brotaban en los huecos de los riscos.
En uno de esos inviernos, pasó un lobo por el monte. Caminaba
despacio porque estaba hambriento y olfateaba la presa. Siguió caminando hasta
que vio en lo alto de un risco a una cabra que triscaba por allí. El lobo se
acercó tranquilo, simulando amistad. Antes, había observado con mucha atención
el peñasco y la manera de llegar hasta la presa. Pero no pudo. Cuantas veces lo
intentó, otras tantas rodó por la pendiente, magullándose el lomo y las patas.
El lobo se arregló la piel en una de las grandes piedras que
por allí había y disimuló que iba de paso, tranquilo y de buen humor.
— ¡Cabra cabratis! Baja a beber de estas aguas claras y bonis
dijo al pasar frente a la cabra.
— No, me matarás —contestó la cabra, que ya había visto venir
al lobo desde la altura donde se encontraba.
— No, hermana mía —respondió el lobo. — Desde que se murió mi
padre y mi madre, hice juramento juramentatis de no comer más carne de cabratis.
— No, mi amigo. ¡Qué va! No me fío de tus juramentos. No
bajaré. Si bajo, yo sé que me comerás.
— No, ¡por Dios! —replicaba el lobo. Créeme. Desde que se me
murió mi padre y mi madre, hice juramento juramentatis de no comer más carne de
cabratis.
Así estuvieron un rato largo. El lobo, endulzando la voz cuanto
podía, escondiendo sus afilados colmillos, tratando de ganarse la amistad y
confianza de la cabra. Esta, agazapada tras un pequeño saliente de la roca,
asomaba tan solo los cuernos retorcidos y amenazantes. De vez en cuando, balaba
lastimeramente.
Por fin, el lobo logró convencer a la cabra de sus buenas
intenciones, y ésta bajó despacio y temerosa desde el risco donde se encontraba.
Tenía unos ojos grandes y tristes.
Ya en el valle, los dos se dirigieron al río más cercano. La
pobre cabra no le quitaba la vista al lobo, en tanto que éste afilaba
disimuladamente los colmillos.
— ¿Y cómo está su familia? —tartamudeó la cabra.
— ¡Oh! Muy bien, gracias a Dios. En casa hay abundante comida y
no hay miedo a la nieve. Precisamente hoy salí a estirar las patas y a visitar a
mis amigos. ¡Qué sol hace! Nos vendrá estupendamente bien refrescarnos un poco
en tan hermoso río.
Pero la pobre cabra temblaba de miedo y se arrepintió de haber
hecho caso al lobo.
Llegaron al río y se pusieron a beber agua. El lobo echó un
gran juramento al tocar el agua, que bajaba helada. La pobre cabra miraba el
lobo y, de repente, vio cómo se le ponían tiesos los bigotes y le miraba con
unos ojos muy fieros. El lobo dio un salto y la agarró por el cuello. Entonces
la cabra, viéndose perdida y con las lágrimas en los ojos dijo al lobo:
—¿No me decías que desde que se murió tu padre y tu madre
hiciste juramente juramentatis de no comer más carne de cabratis?
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